Primerizo en campaña de recogida

 

 


Ha sido la primera vez que iba a una gran superficie para pedir y recoger alimentos. Habitualmente hago otras tareas en el Banco de Alimentos, que no tienen repercusión externa. Reconozco que me daba un poco de vergüenza eso de pedir, quizá por mi manera de ser. A mi lado, como buenos entrenadores personales, un matrimonio veterano en estas lides. Me enfundo un chaleco azul de voluntario que muestra que soy uno de la organización y me coloco junto a la puerta con la mejor de mis sonrisas. Hay que especificar que mi sonrisa no es gran cosa, porque llevo un aparato de ortodoncia que me lleva machacando un poco más de un año.

Llegan los primeros clientes y mis compañeros de recogida los “asaltan” con amabilidad y con firmeza: “Buenas tardes, ¿quiere colaborar con el Banco de Alimentos?”. Las respuestas son variadas: desde los que musitan una excusa, los que se ven sorprendidos por algo que no esperaban y los que ya nos conocen de otras campañas y preguntan qué alimentos son los más necesarios. Respondo a estos últimos con la lista de tres alimentos que he aprendido (azúcar, aceite y cacao para desayunar), aunque me prometo a mí mismo que la siguiente vez me aprenderé la lista de seis alimentos prioritarios que queríamos conseguir.

En un segundo, cuando entra un cliente, debes decidir si es suficiente con que te vea y sepa que el Banco de Alimentos está de campaña de recogida o si conviene pedirle que colabore. A veces acierto: “¿Quiere colaborar? Sí por supuesto, como siempre que estáis aquí”. Otras veces la respuesta es negativa o silenciosa. Importa mucho no ser intrusivo y sobre todo no juzgar: hay muchas situaciones difíciles que desconocemos.

Lo que más alegra es cuando un padre o una madre viene con un niño, le dices si quiere colaborar y la madre o el padre te dice que sí y le comienza a explicar a su hijo lo que hacemos, que hay gente necesitada y que conviene ayudar. Estamos así consiguiendo colaboradores para el futuro, no hay duda. Al salir, enseñas al niño todo lo que la gente ha ido donando, que está ya en un cestón. Los niños miran con ojos asombrados y sonríen.

Termino con una pequeña anécdota: “¿Quiere usted colaborar?” pregunto a una pareja alta, de mediana edad, rubios y de ojos azules. “Sorry, we do not speak Spanish. Lo siento, no hablamos castellano”. “Not a problem: we speak English. Sin problemas, se lo explicamos en inglés”. Resulta que eran suecos y fueron muy generosos. Compraron además unos dulces suecos que vendían en la gran superficie: solidarios y a la vez ayudando a su propio país.